El thriller revelación para los lectores que piensan que lo han leído todo.
Adictivo, impactante, sorprendente.
Cuando el periodista recibe la propuesta, llega inmediatamente a un acuerdo con el diario más influyente del país, que le ofrece publicar en portada las crónicas de sus encuentros en la prisión. Sabe que está ante la oportunidad de su vida, pero también que está siendo utilizado. ¿Por qué ha decidido el acusado confesar sus crímenes? Y, sobre todo, ¿por qué ha decidido contárselo todo precisamente a él?
Así arranca esta historia llena de giros inesperados que lleva al lector hasta un desenlace imposible de olvidar. Una gran novela que supone el debut de Miguel Conde-Lobato y, al mismo tiempo, su inmediata consagración como uno de los mejores y más originales escritores de thriller de nuestro país.
MIS IMPRESIONES
La sinopsis de Los lobos no piden perdón, un thiller que
contaba entre sus bazas los elogios de Juan Gómez-Jurado en la propia faja del
libro, atrajo inmediatamente mi atención. Os cuento qué me ha parecido esta
primera novela con la que este publicista, director creativo y realizador de
cine irrumpe en el panorama literario.
Una noticia ha conmocionado a la opinión pública, el secretario
de Estado de justicia ha sido detenido como sospechoso del asesinato de siete
mujeres. La única prueba concluyente se ha obtenido de manera irregular por lo
que es necesario la confesión del autor de los hechos. Onofre Castro, el
detenido, exige la interlocución con un periodista freelance, Carlos Wolverine.
Solo con él mantendrá una serie de entrevistas semanales en la cárcel de
Teixeiro sobre las que este último publicará un artículo en un periódico de
gran tirada.
Podríamos decir que Carlos Wolverine hasta ser nombrado
interlocutor en este mediático caso era un mindundi. La detención de Onofre, sus
encuentros con él y la repercusión de la noticia lo encumbrarán rápidamente hasta
la cúspide periodística y se convierte en poco menos que un dios.
Esta historia contada de manera sencilla, alternando dos
voces narrativas, que tenía un arranque perfecto e impactante, atrapando por completo
a un lector que es capaz de meterse en la piel de ese anodino periodista que ve
como sin comerlo ni beberlo parece haber sido tocado por una mano divina y aprovecha
el filón que se le ofrece, empieza a perder fuelle tanto por el ritmo, que a mi
entender es demasiado lento, como porque a pesar del interés que puedan
despertar los temas que en él se tratan, en ocasiones, he tenido la sensación
de no avanzar, ir en bucle y perderme en determinadas disquisiciones. Y ya digo
que los temas de fondo son de gran interés: una continua denuncia social se va
desplegando a lo largo de las páginas del libro: el entorno periodístico
sometido a examen, el debate sobre la pena de muerte, la repercusión de los
medios…
Es difícil mantener una postura firme a lo largo de la
historia, cambiaremos de bando una y otra vez, y nos quedaremos atónitos con el
último tercio del libro porque por muchas cábalas que hagamos jamás podremos
intuir el giro con el que el autor nos va a sorprender. Y aquí sí que hay que me
rindo ante él por esa pericia que ha tenido para despistarme y recuperar mis
ganas por conocer el desenlace.
En resumidas cuentas, Los lobos no piden perdón ha sido una
lectura con sus pros y sus contras. Dos personajes centrales muy potentes, una
trama que plantea reflexiones interesantes, pero que en
ocasiones que se dilatan demasiado. El ritmo aunque irregular retoma el pulso en la última parte de la
novela con un giro impresionante y un cierre realmente bueno.