Una novela desgarradora sobre un niño que se evade bebiendo y unos adultos que tratan de encontrar un sentido a sus vidas.
En el centro de esta novela hay un niño de doce años: Théo, hijo de padres separados. El progenitor, sumido en una depresión, apenas sale de su caótico y degradado apartamento, y la madre vive consumida por un odio sin fisuras hacia su ex, que la abandonó por otra mujer. En medio de esa guerra, Théo encontrará en el alcohol una vía de escape. A su alrededor se mueven otros tres personajes: Hélène, la profesora que cree detectar que el niño sufre maltrato a partir del infierno que vivió en su propia infancia; Mathis, el amigo de Théo, con el que se inicia en la bebida, y Cécile, la madre de Mathis, cuyo tranquilo mundo se tambalea después de descubrir algo inquietante en el ordenador de su marido...
Todos estos personajes son seres heridos. Marcados por demonios íntimos. Por la soledad, las mentiras, los secretos y los autoengaños. Seres que caminan hacia la autodestrucción, y a los que acaso puedan salvar –o tal vez condenar definitivamente– las lealtades que los conectan, esos «lazos invisibles que nos vinculan a los demás (...) las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños».
MIS IMPRESIONES
Cuatro son ya los títulos que he leído de esta autora y si hay algo que le caracteriza es que nadie sale indemne de una de sus historias. Nada se opone a la noche la tenéis reseñada en el blog y podéis leer mi opinión pinchando en el título. Basada en hechos reales, acabo de comprobar que no la publiqué, y la verdad no recuerdo la razón, supongo que la falta de tiempo, porque es una historia fantástica. Las gratitudes también es una novela maravillosa que leí hace unos meses en medio de una terrible crisis lectora y esa desgana que trajo consigo el periodo innombrable que hemos vivido. No la llegué a reseñar pero quizá le haga una relectura y me anime a deciros mi opinión. De momento, os cuento brevemente qué me ha parecido Las lealtades.
Volver a Delphine De Vigan es saber de antemano que una se adentra en terreno pantanoso, y que a buen seguro necesitará una bombona de oxígeno a medio camino. Pese a todo, este es un juego donde todos ganan, y ella sabe recompensarte. Y engancharte con su capacidad para pintar con palabras lo mejor y lo peor del ser humano.
No sabía bien qué esperar de este título porque, además, con esta autora me suelo lanzar de cabeza a la piscina sin leer la sinopsis, pero una reseña que leí hace poco sirvió para elegirla: sabía que sería durilla pero no cuánto. Qué duda cabe que la lealtad, a priori, es algo bello, que refleja honestidad y confianza plena. Hay por ahí una frase que dice algo así como que 𝘓𝘢 𝘭𝘦𝘢𝘭𝘵𝘢𝘥 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘢𝘭𝘭𝘦 de doble sentido, quien te la pide debe dártela a su vez, pero ¿qué ocurre cuando la exigimos o la esperamos de un desigual? ¿Tenemos siquiera derecho a ello?
La historia de Théo es demoledora: la de un niño con doce años al borde del abismo. Y es que bebe. Bebe a escondidas y en compañía de su amigo Mathis, y nadie parece reparar en ello. Eso sí, algunos ven en él un comportamiento extraño, aunque ni por asomo imaginan cuál es el fondo del asunto.
Delphine de Vigan es muy concisa. La mayoría de sus historias, al menos las que yo he leído, son breves. Con doscientas páginas es capaz de dejarte destrozada. En esta solo necesita un párrafo inicial para ponerte la soga al cuello. La tensión es límite aunque no es esta una novela donde todo pase muy deprisa, es solo que todo es desolador y desde la primera página se masca la tragedia. A partir de ahí ya no puedes parar de leer con ese nudo en la garganta que no te suelta hasta el desenlace. Sabe abordar la complejidad de las relaciones humanas: las de pareja, las familiares, las secuelas de actos presentes y pasados y el papel tan crucial que ejercen los educadores.
Es una novela brutal, terrible, impactante y a la vez no puedo dejar de recomendar su lectura. Cada cual decide. Eso sí, si la leéis, contadme. Me gustará contrastar opiniones.